lunes, 21 de diciembre de 2015
Estampas alemanas: "El músico callejero"
lunes, 14 de diciembre de 2015
Cuentos a orillas del Rin: El músico sureño
martes, 1 de diciembre de 2015
Cuentos a orillas del Rin: San Nicolás
Cuentos a orillas del Rheinland.
lunes, 23 de noviembre de 2015
Estampas alemanas: "O.T."
"O.T."
lunes, 16 de noviembre de 2015
Tres momentos sobre las noticias de París
domingo, 8 de noviembre de 2015
Estampas alemanas: "La inmigración en Alemania"
Estampas alemanas: "La inmigración en Alemania".
lunes, 2 de noviembre de 2015
Cuentos a orillas del Guadiana: "Tomás"
Son casi las once de una estupenda mañana y Tomás se acaba de despertar. Está de muy buen ánimo, pero también cansado. Acaba de venir de un viaje por Sudamérica, regalo de sus padres al terminar el último máster. Ahora podrá exponer sus mejores fotos del viaje tal y como ha hecho otras veces. Como le repetía siempre su abuela: "las cosas no son como son, sino como se las recuerda".
Tomás sale al balcón y contempla maravillado el río Guadiana. Se pregunta qué es lo que tiene esta ciudad de la que es imposible desarraigarse. Él conoce mundo. En tercero de carrera estuvo un año en Roma, pasó 6 meses en Londres haciendo un máster y a sus 31 años ha estado ya en los cinco continentes. Por supuesto que ha conocido ríos más imponentes que el Guadiana, pero sus aguas, su gente y sobre todo sus chicas, esas chicas del Guadiana que tantas veces le han oto el corazón, hacen que sea imposible salir de la ciudad sin sentir un profundo desasosiego. Querría no depender tanto de ese estado de ánimo, pero nunca había sido capaz de desprenderse de él.
Se ducha, se viste, y baja a desayunar. Espera no encontrase con nadie, ya que se ha propuesto decidir por fin qué hacer los próximos meses. Quizá los próximos años. A todo el mundo le pasa, que delante de media con jamón y un café portugués las musas vienen enseguida a hacernos compañía, ya que ellas tampoco son capaces de resistirse a ciertos aromas. Badajoz huele a desayuno entre las 9:00 y las 12:00, y eso bien lo saben los seres que nosotros creemos imaginarios. En la ciudad todo ocurre a estas horas. Las grandes citas, las decisiones más importantes, las buenas y malas noticias: la urbe alcanza su cenit a la hora del desayuno.
Y en estas estaba Tomás cuando una de sus musas le sopló algo al oído. De repente se acordó de su abuelo, y del piso que con tanto cariño había reformado para su nieto. También se acordó de sus padres, y de la ilusión que habían puesto para que él también fuera algún día profesor universitario. Sintió junto al aliento de su musa ese sentimiento de obligación que tantas veces le había oprimido el corazón, aunque esta vez era algo distinto. No tan intenso. Sentía admiración por sus padres, sobre todo por su padre, y estaba decidido a seguir sus pasos. Si su abuelo sólo había vivido para cuidar de su familia, trabajar y sacar adelante las fincas del pueblo, su padre había invertido casi todo su tiempo en darse a los demás. Bien en la universidad, bien escribiendo en el periódico local, Manolo, que así llamaba todo el mundo a su padre, no hacía otra cosa que pensar en cómo se podría solucionar tal o cual problema de los barrios de la ciudad, siempre en beneficio de los más desfavorecidos. Y no perdía ocasión para dar su opinión al respecto. Ahora él, gracias a una de las musas del Casco Antiguo, y el efecto catalizador de media con jamón y un café café, seguiría los pasos de su padre.
En realidad siempre lo había pensado. Los horarios de la universidad son muy relajados, y podría dedicarse a su otra gran pasión: la política. Daría el paso que no dio su padre. Estaba dispuesto a dejar de viajar, siquiera al pueblo donde tenían una finca con caballos y Tomás solía irse a desconectar de esta sociedad fría e insolidaria. Estaba dispuesto a sacrificarse, a comprometerse de verdad, sin reservas, acatando las normas propias de una organización política. Estaba dispuesto a ofrecer su tiempo, compartir su experiencia y sus vivencias, con el fin de conseguir un mundo mejor y más justo.
Estaba seguro de obtener el título de Doctor en Química a lo sumo en cinco o seis años. Para entonces quizá fuera ya concejal. ¿Cuántos concejales con título de doctor había en el Ayuntamiento? La ciudad le necesitaba urgentemente, como la Universidad y los lectores necesitaban a su padre. Además él no era el típico político clasista, prueba de ello es que mucho de sus amigos eran fotógrafos como él. Y músicos, y poetas. Todos hablaban con admiración de Tomás el químico, hijo de Manolo el profesor de la Uni que escribía en el periódico. Los amigos le adoraban. ¿Por qué no la ciudad, su ciudad?
De repente le entraron ganas de mandarle un mensaje a su mejor amigo y contarle todo, pero pasó delante de un escaparate y se detuvo. Por fin había salido a la venta el último modelo de NIKON. Comprobó que tenía la VISA en la cartera, y entró decidido en la tienda.
Wesseling, octubre del 15.
miércoles, 25 de febrero de 2015
Camino a la escuela
Mi amigo Jota, que escribe magníficamente bien pues para eso es periodista, dijo un día que la patria de los niños es el patio del colegio. Para mí, los recreos eran como las vacaciones, que haya o no un buen plan, siempre las coges con ganas....pero duraban muy poquito y no daba tiempo para nada. No, mis raíces arraigaron camino a la escuela. Desde la calle De Gabriel hasta los Salesianos por las mañanas, y mismo destino pero desde calle Dosma por la tarde, se fue forjando paso a paso, y caminata tras caminata, gran parte de la personalidad de este humilde músico que escribe.
Por el camino empezábamos a intuir qué era aquello del amor, con esas primeras miradas no correspondidas, y por el camino descubrimos la verdadera amistad, aquella que perdura fuerte y arraigada, como esos árboles que dan fruto sin necesidad de atenciones ni cuidados. Tú elegías la compañía, y el camino era testigo de nuestros primeros encuentros y desencuentros.
Con nostalgia recuerdo aquellas gestas deportivas de vuelta a casa, como las 21 que nos echábamos en el sótano de la tienda de Jesús Poves o las carreras por la Avenida de Huelva con mi amigo Arturo Soria. O la impresión que me causaba el inmenso garaje Pla, última parada de mi amigo Felipe y penúltima para mí antes de llegar a casa. O las tardes en casa de mi amigo Mario Sánchez Camacho, donde nuestros hermanos pequeños querían montar un criadero de conejos.
Y según cómo te pillara el cuerpo al salir del colegio, tenías una gran variedad de opciones para llegar a casa (cuanto más tarde mejor). Porque un niño no entiende de caminos más cortos, ni divide la ciudad en barriadas, sino en zonas estratégicamente gobernadas por pequeños virreyes dueños de su territorio, que abarcaba más o menos un par de calles, y cuyo mandato consistía en mostrar orgullosos sus habilidades. Así, el descampado que había en El Pirulo (Plaza Sta María de la Cabeza) era área de jugar al escondite y cazar lagartijas, y quienes organizaban el cotarro eran Pasalodos y Ordaz. Pero si se querían ver buenos partidos, había que desviarse hacia María Auxiliadora, que era donde vivían el Ale (Núñez) y el Lolo (Sedas), que eran los mejores jugando al fútbol y echaban los partidillos por detrás de la estación de autobuses. Teníamos a los especialistas en llamar a los timbres de las casas, en levantar las faldas a las niñas, y a los ludópatas de las canicas, pues siempre ganaban en todas las partidas que se organizaban en cualquier calle que tuviera un poquito de tierra, que por esa época eran casi todas.
Había, como se ve, para todos los gustos, pero nuestro auténtico cruce de caminos era el Ancla de la Avenida Santa Marina, porque ahí coincidían las niñas de Las Josefinas y La Compañía de María. Y es que la belleza es la belleza aunque sólo se intuya; además, el sitio no le caía lejos de casa a nadie. Ese era mi centro de la ciudad.
Pero nada de esto era comparable, si a mediodía venían a recogerte los abuelos. Porque en cualquier rincón del mundo no hay estampa más bonita, ni alegría más inmensa, que unos abuelos esperando a sus nietos en la puerta de un colegio. Todos nos hemos ruborizados con el beso de una madre o un padre delante de los amigos; nunca con el de los abuelos. Definitivamente, la mejor compañía al volver a casa.
Y si todavía sigues leyendo esta publicación es que has tenido paciencia conmigo. Eso significa que eres de esas personas que puedes aceptar un pequeño consejo: si tienes hijos, sobrinos o nietos, no les lleves al colegio en coche. Se están perdiendo todo lo que pasa por el camino. ;-)
(Dedicado a mis compañeros del Colegio Salesianos Ramón Izquierdo)