jueves, 14 de enero de 2016

Mi ayuda a los refugiados


Mi ayuda a los refugiados.

El viernes que viene empiezo mi ayuda como voluntario, impartiendo clases de música a 10 niñas/os refugiados. En realidad ya hemos tenido una toma de contacto, que ha resultado satisfactoria. Fue hace casi dos meses y desde entonces, he seguido los pasos burocráticos para poder colaborar como voluntario. A saber: certificado de penales, curso anti-pedofilia y unas cuantas de reuniones previas. Porque lo realmente típico de Alemania no es la cerveza y las salchichas. Lo auténticamente alemán es hablar, darle mil vueltas a las cosas y seguir hablando, aunque al final, todo sea dicho, consiguen lo que se proponen.

Empiezo con ganas, con alegría, sabiendo que voy a disfrutar con lo que mejor sé hacer, que es ensañar música a los más pequeños. Sé que encontraré en sus miradas el poso y la sabiduría que los que lo hemos tenido casi todo, nunca podremos tener. Niñas y niños que lo dejaron todo atrás, que han aprendido demasiado pronto lo puñetera que es la vida, aunque estoy seguro que más pronto que tarde sentirán que tienen un nuevo hogar.

Porque estas familias vienen aquí a sacar a los suyos adelante, que es a lo que está la mayoría de la gente en Alemania, en Siria y en Honolulú. Los padres de quienes serán a partir del viernes mis chavales, no tienen tiempo para salir en Nochevieja. Tienen que aprender un alfabeto nuevo, un idioma; a circular en bici por la selva de cemento; a sacar un billete de tren que los que hayan vivido en Alemania sabrán que es casi tan complicado como hacer el pino puente; en fin, los pequeños detalles de la vida cotidiana que sumados a lo verdaderamente importante, que es conseguir un empleo, convierten a estas madres y a estos padres, sin ellos quererlo, en unos auténticos héroes. Porque quizá los más pequeñitos no lo sepan, puede que los mayores ya lo intuyan, el caso es que todos duermen al lado de dos seres extraordinarios, su madre y su padre, que lo han dado abslutamente todo a cambio de darles a sus pequeños una vida mejor.

Wesseling, enero 2016.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Estampas alemanas: "El músico callejero"



Una de las pocas personas con las que hablo español, es un músico peruano que toca en la parada de metro de mi ciudad. Es un tipo bajito, educado y amable, y siempre dice "Guten Morguen, adiós amigo". Es su sello de distinción. 
Tocar, lo que se dice tocar, no lo hace casi nunca, pues siempre se le acerca alguien para charlar con él, y yo, por compartir idioma, tengo trato prioritario.

La semana pasada estaba preocupado porque se le había roto un sistema ideado por él, una especie de remolque donde lleva la guitarra atada a la bicicleta con la que se desplaza. Otro día le cuento yo lo mal que cocinan los alemanes, y él me hace unos gestos cómplices que a mí me valen más que todo el oro del mundo. También nos ponemos trascendentes, como el día que se nos acercó una rubia de aquí te espero, le echó una moneda y le tiró un beso. El músico, que no tengo ni idea de cómo se llama ni él cómo me llamo yo, se tapó la cara con las dos manos, meneando el cuerpo hacia adelante y hacia atrás, tal y como hacen algunos musulmanes cuando rezan. Estaba muy emocionado, y no me extraña porque también lo estaba yo y la película no iba conmigo. Muy serio, va y me dice: "Esto es lo que nos queda mein Freund, la belleza. Los hijos crecen y se olvidan de uno, la vida va unas veces mal y otras peor, pero las cosas bellas permanecen". Y los dos nos quedamos contemplando a la rubia que se iba, igual de extasiados como se quedan los entendidos delante de un cuadro del Prado.

Hay veces que no aparece durante toda la semana, "porque hace frío y se está mejor resguardadito". Entonces yo me alegro de vivir en un pais con un sistema social que le permita al músico quedarse en casa si hace frío, y además tener hijos universitarios. Porque tiene un hijo que estudia en la universidad, y otro hace que hace una formación. "Yo prefiero vivir en Perú, pero sería un mal padre si no le diera esta oportunidad a mis hijos". Y hoy lunes, precisamente hoy, me ha confiado una desgracia familiar que espero se le solucione. Es un misterio cómo le confiamos nuestros pesares a gente que apenas conocemos, intuyendo por una mirada, un gesto, o un qué sé yo, que la otra persona está dispuesta a escuchar con cariño y atención. Y estos son los pequeños momentos en los que uno se siente contento de pertenecer a la raza humana.

Wesseling, 22.12.15.























lunes, 14 de diciembre de 2015

Cuentos a orillas del Rin: El músico sureño



Faltaban pocos minutos para el recital navideño con los niños. El gimnasio del jardín infantil estaba decorado con árboles de cartulina y lucecitas de colores con forma de estrellas. Ningún símbolo religioso a pesar de ser un centro católico, quizá por la gran cantidad de niños que pertenecían a otras confesiones. O simplemente a ninguna. 
Alguien dio órdenes de apagar las luces y el nuevo maestro, un músico sureño recién llegado a la ciudad, comprobó que las imágenes de su proyector se reflejaban perfectamente en la pared de la sala. Había estado toda la mañana buscando dibujos que empastaran con la música y el texto que los niños iban a interpretar, que había compuesto él mismo.

Se presentaba por primera vez ante los padres, y esa recital de música era crucial para que le formalizaran el contrato. Ya contaba con el visto bueno de la dirección, del personal educativo y de los niños, pero tenía que convencer también a las madres. Esas dos o tres madres que en todo grupo humano donde hay menores de por medio, son las que, tras decenas de visitas al despacho del director del colegio, de la escuela de música o del taller de pintura, deciden quién está capacitado para realizar las actividdes extraescolares.
Y ahí estaba él, dispuesto a pasar un rato agradable y además afianzar su puesto de trabajo. No estaba nervioso, salvo por una maestra que él consideraba como un ser casi divino. Su belleza era sublime, y si sus miradas coincidían, el músico sabía que todo podría irse al garete. Tan nervioso se ponía, que le temblaban las manos y sus rodillas se doblaban hasta hacerle perder el equilibrio. Miró al frente con la intención de no ver a nadie, salvo a sus alumnos. Pero seguía pensando en ella.

Empezaron el pequeño recital y fue todo un éxito. Los niños disfrutaron, los padres aplaudieron y el músico sureño observó cómo la madre suprema, que se había situado estratégicamente al lado de la directora, aplaudía con vigor y casi sin cadencia, "rubato", pensó. Asentía de manera obstentosa y poniendo los labios en forma de "o", mirando a la directora sin dejar de realizar uno solo de estos aspavientos. El futuro del músico sureño estaba asegurado.

Los niños salieron a jugar y algunos padres hablaban cordialmente con el artista, cuando de repente, entró en la sala un padre rezagado. El músico reparó en él y empezaron a temblarle las rodillas. Era el marido de su musa, su amada, la persona que le hacía olvidar este asqueroso mundo gris. Se acercaba andando con las manos en los bolsillos, mirada indiferente, seguramente recién salido de la sesión semanal de spinning o aqua jogging. El músico quiso hacer todo lo posible por guardar la compostura, así que decidió salir del recinto. Sonrió a los padres con los que hablaba diciéndoles que tenía que ausentarse para ver a la directora, y agachó la cabeza para no encontrarse con la mirada de nadie. Pero con esa decisión cambiaría de nuevo su vida.

Al mirar hacia abajo, se dio cuenta que el ladrón de musas calzaba unas llamativas botas de mosquetero con cordones desabrochados. Fue demasiado para el artista pues odiaba, sobre todo en esta vida, las botas de mosquetero. Así que alzó la vista, miró directamente a los ojos del tipo, y le golpeó en la nariz con todas sus fuerzas, ante la mirada atónita de los pocos padres que aún permanecían en la sala. El mosquetero agredido se incorporó para devolver el golpe, en posición de ataque tal y como le habían enseñado en las clases de defensa personal del gimnasio.

Y así se quedó, como petrificado, con el puño derecho levantado hasta la altura de los ojos, y la mano izquierda totalmente abierta a la altura de la barbilla. El músico, ya tranquilo y relajado, se dio la vuelta dando la espalda al marido de su musa. Miró hacia el escenario, suspiró, y se puso a recoger. "Da igual, de todas maneras, no me gustaba la ciudad" -pensó. "Me marcho a algún lugar donde haga tanto calor, que la gente use chanquletas todo el año, y no esa mierda de botas mosqueteros". Metió sus cosas en el coche, y se fue para siempre.


Wesseling, diciembre del 15.





















martes, 1 de diciembre de 2015

Cuentos a orillas del Rin: San Nicolás


Cuentos a orillas del Rheinland.

San Nicolás.

Era noche cerrada en la ciudad, soplaba el viento y hacía frío. No había un alma por las calles, pues hacía rato que todos dormían. Tan solo un gato, trotando lento y acompasado, cruzaba por detrás de la iglesia de San Germán en dirección al Rin, donde un barco cargado con mercancías surcaba las aguas río arriba. El aire olía a industria.

En ese preciso instante, un hombre bajito y rechoncho apareció por detrás de una esquina en penumbras, a pocos metros de la iglesia. Andaba raudo y con paso firme, levantando mucho las rodillas, chapoteando el asfalto con sus enormes y largas botas. Vestía anchos pantalones de pescador, y un anorak con capucha en forma de cono, de cuyo extremo pendía una borla que del uso, estaba a punto de desprenderse. Su barba era gris, frondosa y alargada, atada a su final con finos hilos de colores, como si fuera una prolongación invertida de su capucha. Nuestro personaje era, nada más y nada menos, que Nasio el paje, mirando impaciente su reloj de bolsillo.

Las campanas de la iglesia dieron las doce, cuando de repente dejó de soplar el viento. Con la última campanada, las luces de las farolas empezaron a parpadear. El cielo se abrió y en un instante, resplandeció sobre la ciudad una noche limpia y estrellada. Nasio se detuvo para mirar impaciente hacia arriba, en dirección al Rin, donde una luna blanca y hermosa, iluminaba el humo que salía de las fábricas.
- "Este año se está retrasando" -pensó Nasio en voz alta-. "Bien es verdad que Myra está lejos de aquí. Pero llevamos siglos siendo puntuales. Incluso en las Navidades del 43 y del 44, cuando tuvimos que esquivar esos horribles aviones y casi no teníamos algo que regalar a los niños, llegamos puntuales el día 6. Pero este año no sé por qué, todavía no está aquí".

Pasaban ya veinte minutos sobre la medianoche, cuando Nasio pareció escuchar algo a lo lejos. ¿Sería por fin el obispo? El hombrecito levantó la cabeza. Estaba expectante, y durante un instante no movió un solo milímetro de su cuerpo, excepto los dos ojillos que brillando por el reflejo de la luna, se movían excitados de un lado a otro. 
Tocotó-tocotó-tocotó.... !sí, era el sonido del trote de Frido, el caballo de San Nicolás! Nasio echó a correr hacia él. !Por fin había llegado! Ahí estaba el obispo, sonriente a pesar del largo viaje, luciendo como siempre, una enorme barba blanca y bien cuidada. Le acompañaba un séquito compuesto por siete pajes y 4 caballos que tiraban de dos carromatos llenos de regalos, sobre todo, caramelos y libros.

-Hola Nasio, ¡alegra esa cara hombre!
-Perdone señor Obispo, pero lleva usted tanto retraso....
-Ah, no me cuentes Nasio, no me cuentes y vamos a apresurarnos. Siguen llegando niños desde Mesopotamia, y no quiero que ninguno se quede sin su regalo.....y menos estos angelitos Nasio, que lo han pasado muy mal hasta llegar aquí.

San Nicolás y Nasio seguían nombrando los países tal y como ellos lo conocían antiguamente, hace ya más de 1500 años. Desde entonces, el mundo había cambiado mucho, pero San Nicolás y Nasio  no se preocupaban  mucho por  ello, y no habían faltado ni una sola vez a entregar regalos a todas las niñas y niños que dejaban a la vista un calcetín, la noche del 5 de diciembre. ¿Y por qué un calcetín? Porque San Nicolás, cuando era obispo de la pequeña ciudad turca de Myra, ayudó a una familia necesitada arrojando dinero por la única ventana de su casa. Deseaba ayudar a la familia, pero sin que ésta se enterara, para no herir su orgullo. Las monedas de oro fueron a parar a unos calcetines que se estaban secando en la chimenea. El obispo salió corriendo, y en la carrera se tropezó con Nasio, que lo había visto todo. San Nicolás le hizo prometer que no diría nada y como Nasio cumplió su promesa, San Nicolás le hizo su ayudante y le concedió la inmortalidad.

Así que ahí estaban San Nicolás, Nasio y un montón de pajes, dispuestos a recorrer las calles de la ciudad para entregar caramelos y libros a los niños y mayores, que pusieran un calcetín en algún lugar visible de la casa. Nasio se adelantaba cada año para comprobar que los niños habían dejado sus calcetines, y luego llegaba San Nicolás con sus pajes y entre todos repartían los regalos. Y tal como hiciera el obispo hace más de 1500 años, después de llenar los calcetines salían de las casas agachados y en silencio, para no despertar a las niñas y niños que esa noche, seguro soñaban con los regalos del santo. Y justo cuando San Nicolás salía del jardín de la última casa, comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia. 

El viento meció las copas de los árboles más altos, silbando cada vez más fuerte hasta arropar por completo la ciudad. De las chimeneas de las fábricas seguía saliendo humo, y un barco cargado con carbón, surcaba despacio las aguas del río. Entre los finos hilos de una densa lluvia, se distinguía a lo lejos los faros de un coche que según avanzaba, se le iban reflejando de manera intermitente las luces ámbar de las farolas, como el metraje final de una vieja película de Súper 8. 

Conducía Emil el panadero. Aparcó su viejo coche, y salió deprisa con la cabeza gacha y los hombros encogidos. Abrió la puerta de la panadería y antes de que ésta se cerrara, el artesano ya tenía puesto su mandil, que colgaba del perchero de la entrada. Desde fuera se veía cómo iba encendiendo las luces del establecimiento. Primero una, después otra, hasta la última luz al fondo de la casa. Allí, justo al lado del horno, Emil había dejado un par de zapatos. Sobre ellos un libro: "Momo" de Michael Ende, primera edición año 73. Lo cogió entre sus manos, se acercó a la ventana y miró emocionado a ninguna parte. La lluvia golpeaba los cristales, pero Emil no podía ver nada. Estaba lejos de allí, recordando el día en que su tía le regaló ese mismo libro, una estupenda tarde de verano. Ella siempre le regalaba libros. Y por un instante, volvió a ver a su familia, paseando por el río, jugando con sus primos en el parque, preparando junto a los abuelos el árbol de Navidad. 

Emil volvió en sí cuando la primera lágrima resbaló por su mejilla, y decidió comenzar con su jornada de trabajo. Faltaban horas para que amaneciera, y la ciudad seguía durmiendo. Nasio descansaba ya en su cabaña a orillas del Rin. San Nicolás le daba de comer a Frido, mientras le susurraba algo al oído. El obispo se sentía cansado pero satisfecho, y pensaba lo hermosa que sería la sonrisa de un niño, al despertarse ese día por la mañana temprano.

Wesseling, diciembre de 2015.




lunes, 23 de noviembre de 2015

Estampas alemanas: "O.T."


"O.T."

Una de las personas a las que nunca voy a olvidar es a O.T. Murió hace unos años, a los pocos meses de fallecer su mujer. Veterano de la Segunda Guerra Mundial, nunca hablaba del conflicto, ni solía dar consejos, aunque tenía una memoria prodigiosa, ya que se acordaba del nombre de todos los miembros de su familia, que no era poca, y de todas las personas que tenía a su alrededor.

Persona afable y tranquila, era seguidor del Shalke y aficionado al boxeo. También tenía un huerto. Sus hijos contaban que cuando era más joven, solía beber un poco más de la cuenta, los domingos a la salida de misa. Cuando le visitaba, también tenía por costumbre sacar una botella de licor, sentarse a mi lado, y decirme: "Israel, vamos a vaciar la botella". Y la vaciábamos. Los ancianos y los niños saben muy bien al lado de quién deben sentarse para conseguir lo que quieren.

Era entonces cuando se animaba, y se encendía recordando canciones de otras épocas. Y nos contaba lo mal que lo pasó en el Mar del Norte, durante la Segunda Guerra Mundial. Le destinaron a las calderas de un submarino, y recordaba cómo algunos compañeros, agotados, se abrían la cabeza al caer de las literas. Muchos se suicidaban. Una vez dijo que soñaba a menudo con el submarino, y que si le obligaran a subirse otra vez, se pegaría antes un tiro. De manera sincera y sin dramatismos contaba que odiaba el amanecer, porque le recordaba la hora de los bombardeos de los aviones enemigos, que venían del este justo al salir el sol, para no ser descubiertos. Contaba también que cuando acabó la guerra y llegó a casa, era de noche. Estaba todo destruído. Se le acercó una prima y le dijo que a la mañana siguiente todos los hombres del pueblo tenían que estar a las 6:00 de la mañana dispuestos para recoger escombros. No tuvo ni ocho horas para poder descansar.....
Le recuerdo con muchísimo cariño, y con cariño le hablaré de él a mis hijas. Me pregunto qué pensaba él de mí, un español que se ganaba la vida tocando la batería. Cómo vería el mundo actual, lleno de gente quejándose por situaciones insignificantes en comparación con las vividas en una guerra a nivel mundial. Qué pensaría de los que están sembrando Europa con terror, y de la gente que piensa que la guerra se puede parar con una guitarra o con la biografía de Ghandi en la mano. ¿Les daría a ellos la razón?

Pero sobre todo pienso que de alguna manera estoy en deuda con él, y con esa generación de mujeres y hombres que nos dejaron esta hermosa Europa en la que vivimos. En deuda con el esfuerzo que hicieron; en deuda porque, excepto cuando se les desbordaba el alma por culpa de un recuerdo, una vieja canción o unas copas de vino, vivían su angustia en silencio. En deuda porque nunca les faltó una sonrisa para los demás, aunque ese día se levantaran recordando que hacía justo 60 años perdieron a un padre, una hermana o la persona que más querían. En deuda y también agradecido, por haber conocido a tan magnífica persona. Y al menos el tiempo que yo viva, su recuerdo permanecerá vivo en nuestra casa.


Wesseling, 23 de Noviembre de 2015





















lunes, 16 de noviembre de 2015

Tres momentos sobre las noticias de París



De los cientos de imágenes y sonidos que se han emitido este fin de semana en relación al terror sufrido en París, me quedo con estos tres:

1-La gente corriendo desde las gradas hacia el centro del campo, al finalizar el Francia-Alemania. Se me hace un nudo en la garganta al ver a un padre abrazado a su hijo, la criatura llorando y el padre mirando hacia todos lados. Junto a ellos unos chicos riendo y haciendo fotos con el móvil. Una mujer se ha desmayado y la ayudan entre dos o tres personas. El realizador vuelve a mostrar otro niño llorando, y a gente hablando por el móvil. Mucha gente hablando por el móvil.

2-Manolo Lama contando que está a punto de salir con la expedición que acompaña a la Selección Española. Juegan en Bruselas y las medidas de seguridad son máximas. Según Lama, viajan tan sólo 72 personas. "El miedo es libre", dice, y los patrocinadores e invitados de la Federación han anulado el viaje. Algunos jugadores han dicho que si por ellos fuera, no viajarían.

3-Un militar explica, sin tapujos ni frases encriptadas, que militarmente hablando, el Estado Islámico estaría completamente derrotado en menos de una semana y sin bajas para los aliados. Saben dónde está el petróleo que venden y utilizan, saben quién está detrás de la venta de antigüedades (uno de los negocios para financiar a los terroristas), saben dónde tienen los arsenales de armas..... pero también saben que los terroristas utilizan escudos humanos, y según el militar la sociedad de hoy en día no apoyaría una solución en la que morirían inocentes.

Cada día que pasa soy más pesimista. Ya no sé si es algo enfermizo, o por alguna causa que se me escapa. Lo que puedo asegurar es que no es impostado. Y pienso que sólo por casualidad, no se derrumba el mundo donde vivimos. Me pregunto cómo podemos ser tan insensibles como para no mirar hacia nuestro alrededor por si alguien necesita ayuda, mientras hacemos fotos con un móvil. Me pregunto qué harán a partir de ahora las personas que libremente han decidido cancelar el vuelo con la Selección, si volverán a tatarear con la misma pasión el himno, y si saludarán a los jugadores de igual manera como solían. Y me pregunto qué se les pasará por la cabeza a esos políticos que tanto insultamos y menospreciamos, pues saben que hagan lo que hagan los criticarán los votantes, esos mismos que cancelan vuelos, que miran para otro lado cuando hay gente que necesita ayuda, o que posan con cara de circunstancia para la nueva foto de perfil con la bandera tricolor. Por no hablar de los Bardem y los Toledo, más cercanos al Reino Vegetal que al Animal. El ser humano es un pozo sin fondo. Sin remedio alguno.

Wesseling, 16.11.2015















domingo, 8 de noviembre de 2015

Estampas alemanas: "La inmigración en Alemania"


Estampas alemanas: "La inmigración en Alemania".

Escribe Stefan Zweig en El mundo de Ayer: "Sabemos por experiencia que es mucho más fácil reconstruir los hechos de una época que su atmósfera espiritual. Ésta no se encuentra sedimentada en los acontecimientos oficiales, sino más bien en pequeños episodios personales".

Lo que está pasando actualmente con la inmigración en Alemania, no es tan difícil de sentir si se vive desde dentro. No me refiero a esa inmigración de europeos que, con aspecto descuidado pero con dinero suficiente en la tarjeta de crédito, se vuelven a casa después de vivir unos meses en el Motor de Europa. Regresan tal y como habían venido: sin saber alemán, con un montón de títulos que en el día a día de una empresa no sirven para nada, y con la convicción de que un gobierno, en este caso el alemán, tiene la obligación de sacarles las castañas del fuego y hasta de cogerles de la mano para cruzar la calle, si hiciera falta. 
No, no es esta la inmigración de la que hablo. Son inmigrantes que lo han perdido todo. Que están dispuesto a arriesgar su vida y la de sus seres queridos porque, sencillamente, ya murieron una vez. No vienen en nombre de Alá o del Dios cristiano, y ya tampoco pertenecen a un país. Se deben a su familia, que es la patria por la que cualquiera de nosotros lucharía hasta el último aliento, hasta la última brazada en medio del mar, hasta la última gota de agua en medio del desierto. 

Mi mujer estuvo atendiendo a los primeros refugiados que llegaron a la ciudad donde trabaja. Me contó que le había extrañado ver muchas mujeres y niños, sin sus maridos. No se atrevió a preguntar el porqué, pero luego nos enteramos. En la frontera de algunos países donde los refugiados tenían prohibida la entrada dejaban pasar, por caridad, a mujeres y niños. A los hombres no. Duele imaginar el verme obligado a separarme de mis hijas. Tratemos de ponernos en la piel de estas personas. Ahora bien: ¿cómo describimos estos hechos?

Los hechos oficiales son lo que nos cuentan los medios de comunicación. Una manifestación de 2000 personas que no quieren inmigrantes tiene más peso en las noticias diarias, sobre todo la de fuera de Alemania, que las miles de personas que de manera anónima, se acercan a la iglesia, a la mezquita, al ayuntamiento o los bomberos, para llevar ropa, carritos de bebé o mantas; jubilados que se ofrecen para reparar bicicletas y vecinos que se organizan para llevarle al jubilado sus bicicletas usadas, con el fin de que puedan utilizarlas otros; aficionados al fútbol que están llenando los estadios con la misma pancarta: "Bienvenidos refugiados"; guarderías y colegios que recojen material para confeccionar farolillos de San Martín, y juntos, los niños ya asentados y los niños recién llegados, ayudados por algunos padres, ensayamos la música para el gran desfile del día 11 de noviembre, día del santo. Se ha creado una atmósfera espiritual que impregna cada rincón de este maravilloso país.

Mientras unos pocos se manifiestan contra los recién llegados, y los alcaldes justifican su puesto organizando foros sobre inmigración "con especialistas en la materia" que también tienen que justificar su auto-proclamada y descafeinada sensibilidad, la inmensa mayoría está decidida a sonreír, a tender la mano, a ayudar. Por todo esto, Europa es un lugar cada vez más hermoso, y su éxito como espacio de convivencia está asegurado.

Wesseling, noviembre del 15.